martes, 6 de septiembre de 2011

La 85

El boleto número 15 correspondía a un asiento en el pasillo del vagón, pero como abordamos el tren en el punto de salida, no había mucha gente y me senté del lado de la ventana.

Era un vagón de los viejos pero recién pintado. Por dentro lo habían forrado todo con tablillas de madera apenas barnizada, lo que le daba un cierto tono rústico al ambiente.

La ventana era la misma, de guillotina y con el vidrio opacado por los años. Al igual que antes, la subí con dificultad hasta que la aseguré con el ganchito de madera que la sostenía abierta. Me asomé y puse la barbilla sobre el brazo que apoyé sobre el borde de la ventana.

¡Y sonó el pitazo de salida y la 85 comenzó a acelerar!... pero ese pitazo, un poco llorón y cansado, fue una llama intensa que encendió de un sopetón miles de recuerdos de hojas secas que sin saberlo llevaba dentro.

Y comenzó a sonar ese ruido ferroso que hacen las ruedas al contacto con los rieles y la brisa fresca de las siete de la mañana pegaba con más fuerza sobre mi cara y pitó de nuevo la 85, ahora con más intensidad, como quien aclara la voz en la mañana conforme avanza el día.

Pero ese segundo pitazo entró hasta el corazón, donde ardían los miles de recuerdos de hojas secas y se me llenaron los ojos de agua e inexplicablemente me dio por llorar.

Y como el tren ya corría rápido, el viento pegaba con más fuerza sobre mi cara, entonces las lágrimas no podían caer sino que se deslizaban horizontalmente hacia mis orejas. Y lloré y lloré y lloré intensamente hasta empapar por completo mis orejas y no pude controlar esa profunda sensación de nostalgia y felicidad.

La 85, mi locomotora preferida, logró devolverme en un instante casi 30 años atrás y por varias horas volví a ser ese niño que desde la ventana del tren, con profundo asombro, descubría el maravilloso mundo del Caribe.

Los interminables bananales, la selva siempre verde e intensa con árboles flacos y altos de los que cuelgan lianas y plantas y más plantas. Las casas de madera sobre patas altas y de colores siempre chillantes y encendidos. Los negros en los corredores con su sonrisota de dientes blancos y las negras gordas de brazos gruesos diciendo adiós… y los chiquillos corriendo y los perros ladrándole al tren… y los pantanos oscuros y los suampos eternos y los impresionantes puentes de hierro sobre esos ríos gigantescos y turbulentos… todo iba pasando como una película por esa ventana de la que no me separé en todo el viaje, ni a la ida ni al regreso, al punto que todavía me duele el brazo de tanto soportar el peso de mi cabeza y también sigue encendida la hoguera de mis recuerdos que no acaba de consumirse.

2 Comments:

At 2:35 p.m., Anonymous Anónimo said...

Gracias a tu relato, acabo de tener un viaje en tre rumbo al Caribe !!! Gracias por regalarme este boleto en la 85.... te pude ver inclinando tu cabeza sobre tu brazo sobre la ventana... también vi tus lágrimas correr, y también, yo lloraba.... -Grettel.

 
At 9:31 p.m., Blogger Mirna said...

Como ya tengo los Pasajes a
Galapagos
, voy a tratar de hacerme una escapada y poder ir al Caribe Mexicano con sus maravillosas playas

 

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