jueves, 28 de abril de 2011

Nueve metros cuadrados

Leyendo por ahí me enteré que la Organización Mundial de la Salud recomienda que deben proveerse nueve metros cuadrados de áreas verdes públicas por habitante para los asentamientos humanos y que los espacios verdes deben ser accesibles a 15 minutos a pie desde las viviendas a fin de garantizar condiciones óptimas de calidad de vida en los habitantes de las ciudades.


Esto favorece un fenómeno interesantísimo del que recién conozco, denominado "biophilia" (o biofilia en español). Se trata del vínculo innato entre el bienestar del ser humano y su interacción con la naturaleza, el cual con una mayor exposición afecta positivamente la salud física y emocional. Otros la resumen como la atracción innata que los humanos sienten por la naturaleza.


Desde 1984 el biólogo Edward Wilson determinó esta relación y está convencido de que si al público se le presenta en todo su esplendor la biodiversidad que nos rodea (y que estamos destruyendo a ritmo acelerado), éste quedará tan prendado de ella que querrá defenderla.


Aunque yo desconocía este importante concepto, puedo decir como el conocido Chapulín que "lo sospeché desde un principio". Siempre he creído que parte de la naturaleza humana  es su relación con el ambiente natural; ese vínculo con las plantas, los animales, el aire, el sol y la tierra misma. De ahí que comencé a sospechar también que la vida en las ciudades tenía un alto grado de "anti naturalidad", contraproducente con el bienestar humano; bueno, al menos en nuestras caóticas ciudades tercermundistas.


Por otra parte me llama mucho la atención una práctica muy arraigada en nuestra cultura que denominamos "las matas" de la casa. En nuestros pueblos rurales y semi rurales, generalmente las mujeres (y eso también nos dice algo) acostumbran tener plantas ornamentales en sus casas. Recuerdo que en las casas de los familiares de mi padre en el campo, no podía quedar ningún recipiente vacío porque de inmediato se llena con tierra y se siembra una planta. Es así como es común encontrar casas cuyas fachadas desaparecen detrás de las cientos y cientos de plantas sembradas en recipientes y tarritos de lata, plástico o vidrio que cuelgan de todas partes. 


Lenguas de suegra, orejas de burro, bananitos, helechos, violetas, loterías, chinas y cuanta planta exista se encuentran en esos viveros caseros ricos también en plantas medicinales o especies suculentas para condimentar los alimentos.


Esa admiración me llevó a montar mis propias "matas" y opté por dejar de quejarme por la ausencia de áreas verdes en mi apartamento y así fue como poco a poco el ventanal se llenó de plantas y también la sala, lo que sin duda hace un ambiente más ameno y acogedor. Quedé convencido de que en definitiva las plantas dan vida, están llenas de energía positiva y en la ciudad tenemos que procurarlas por todas partes.


Pero mis sospechas llegaron a la confirmación cuando por fin tuve la oportunidad de desplazarme a vivir al Caribe Sur. Ahí la norma de los nueve metros cuadrados está cumplida con creces. Creo que dispongo como de 900 metros cuadrados solo para mí y me quedan a un paso de la casa. Como si fuera poco, la biodiversidad es de las más altas del planeta y ahora entiendo la sensación de bienestar que se alcanza en este entorno. A pesar del calor y la humedad, el bosque tropical húmedo es una especie de "bomba de vida" poderosísima que irradia permanentemente energía positiva a las personas que nos sintonizamos con él.


Ahí la selva es imponente y expresa una fuerza de vida que nos rebasa, nos absorbe y nos subsume. Fue así como comencé a comprender por qué me resultaba más cansado viajar en mi auto 12 km en la ciudad en medio de embotellamientos que 60 km en camino de lastre en medio de los bosques.


Dormirse arrullado por el rugir lejano de las olas del mar, escuchando los cientos de cientos de insectos nocturnos y despertarse con el rugido de los congos, genera una profunda sensación de bienestar y relajación que no hay gimnasio ni spa citadino que lo supere.


Ahora lo tengo más claro, como parte de nuestra agenda ordinaria hay que cultivar nuestra relación con la naturaleza, vincularnos con la tierra, las plantas y las especies porque esto nos acerca a nuestra naturaleza, nuestra esencia y nuestro equilibrio interno.