¡Me pongo como loca!
Después de un agotador viaje nocturno de diez horas en bus, por un camino lleno de baches que nos hizo brincar como si estuviéramos en un aparatejo torturador, de esos de los parques de diversiones o de las fiestas de Zapote, el bus fue llegando a El Rama, lo que en el mapa yo veía como un puntito donde se acababa la calle (si es que eso se puede llamar calle), y continuaba la ruta por el Río Escondido que nos llevaría hasta Bluefields en el Atlántico Sur de Nicaragua.
Nuestro destino sería Corn Island, pero habíamos previsto parar un día en El Rama, sobre todo considerando que a las 7 am de ese día cumplíamos ya 24 horas continuas de estar viajando en buses desde San José.
Ahí nos esperaba una señora que no recuerdo quién ni cómo la había contactado. Súper hospitalaria y con toda la voluntad de atendernos como reyes. Nos recibió con gritos y abrazos como si nos conociéramos desde hace muchos años, y nos llevó a su humilde casa. No sabíamos a cuál de sus ofrecimientos decirle que sí: Acostarnos, bañarnos o desayunar. Yo recuerdo que sin responder caí en un camastro y me apagué. Cuando desperté (según yo unos minutos después), ya era medio día y nos tenían el almuerzo listo.
Hablaba como una lora la señora y nos contaba historias del pueblo y de su familia. En eso agarró una foto y se puso a hablar de su marido. Con los ojos más brillosos y una sonrisota de ilusión nos contaba que era marinero y que trabajaba en un barco durante todo el año. El barco se dedicaba a transportar carros usados de Miami hacia Haití, por lo que su marido solo tenía 15 días al año para visitarla.
“Cuando se acerca el día que viene yo me pongo como loca” nos decía. “Una vez lo fui a topar. Agarré una lancha en El Rama y llegué hasta Bluefields y ahí busqué un amigo pescador para que me llevara al mar a toparme con el barco. Me llevó y cuando vi el barco yo gritaba como loca y me tiraron una escalera y yo me subí al barco y agarré a besos a mi marido, y los compañeros aplaudían y le hacían bulla”.
“¿Y alguna otra esposa ha hecho eso de ir a topar el barco donde viene el marido?”, le pregunté yo. “¡No!, sólo yo” me dijo con orgullo. “Cuando viene, me dedico esos 15 días solo para él y no hago nada más.”
Y con los años yo me he puesto a pensar, que talvez cualquier otra mujer hubiera contado esta historia muy triste y deprimida por los 350 días al año en que su marido está lejos; pero ella en cambio contaba con mucha alegría e intensidad lo feliz que era esos 15 días en que lo tenía a su lado. La felicidad no cae del cielo, por el contrario, uno la construye con lo que tiene a mano.
1 Comments:
¡¡Gracias a mi amigo Jorge Badilla por sus valiosos aportes para este relato!!!
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