sábado, 16 de septiembre de 2006

Matagalpa, febrero 1995

1994 había sido un año convulso y de muchos cambios. En febrero había renunciado a mi trabajo como dibujante para dedicarme tiempo completo a la carrera de Arquitectura, lo cual consideré como mi prioridad. Luego de varios meses de enfermedad grave de mi papá, murió un sábado 14 de mayo. Semanas después yo estaba realizando un cambio de carrera y así fue como entré a la Escuela de Trabajo Social. ¿De Arquitectura a Trabajo Social?, era la pregunta más común de quienes se atrevían a pronunciarla, y de quienes no, con su mirada lo decían todo. Retorné a trabajar como dibujante por horas y en la segunda mitad del año llevé varios cursos de Ciencias Sociales para ir avanzando y entrar de lleno al primer año de carrera de Trabajo Social en 1995.

Después de tanto desajuste decidí gestionar un mes de voluntariado en Nicaragua con unos amigos que conocía desde 1992. Necesitaba un alto, tomar aire, repensarlo todo, y un voluntariado de corte social no me haría nada malo. Así fue como fui a dar al norte de Matagalpa, en una zona cafetalera muy parecida a las montañas de Heredia o Alajuela.

Así fue como comencé a conocer ese gran país tan olvidado y rechazado aquí en mi país; así comencé a sentir ese gran pueblo tan bello y tan cálido, y a la vez tan odiado y discriminado aquí en mi país. Comencé a conocer la otra Nicaragua, el lugar de origen de los cientos de cientos de nicaragüenses que viven en Costa Rica, y comencé a entender por qué se iban de su país a pesar de ser tan lindo y cálido.

Fueron tantas las vivencias de ese viaje que no acabaría de contarlas en este blog. Viajar a caballo de un pueblo a otro, censar a la población, campañas de vacunación, distribución de medicamentos y demás. Era una organización dedicada a la promoción comunitaria de la salud, y el voluntariado era una buena forma de empezarme a sintonizar con lo que sería mi nueva carrera.

De todo lo vivido en ese viaje por ahora solo quiero hacer mención de una gran mujer cuyas palabras me marcaron para siempre. Doña Joaquina se llamaba y vivía en un pueblito camino adentro, varios kilómetros después del puesto de salud de la organización. De tez morena y expresión firme. Con un rostro curtido por el sol, los años y el sufrimiento; en pocos minutos contaba su dolor y el dolor de su pueblo de la forma más espontánea y natural. No sé si era tan grande y esbelta pero así es como la recuerdo.

"Antes comíamos tres veces al día y dormíamos en camas, ahora solo comemos una vez al día y dormimos sobre tablas, pero por lo menos ya no hay guerra". Como taladro en mi cabeza suenan siempre esas palabras y hago todo el esfuerzo del mundo por no olvidarlas nunca. En minutos doña Joaquina me contó lo que significó vivir en Matagalpa en tiempos de la guerra, y sin saber que sus palabras me destrozaban y asombraban, todo lo contaba con un realismo como si las cosas hubieran pasado ayer, todo lo disparaba como un rifle de ráfaga sin piedad alguna, sin importarle lo que puedan pensar o sentir los demás, todo lo decía con intensidad porque no hay tiempo en el mundo suficiente para desahogar tanto dolor y miseria juntos.

"Esto fue zona de guerra, y el ejército pasaba con camiones diciéndonos que debíamos desplazarnos porque venían los batallones, pero yo nunca me moví de aquí, ni yo ni esta viejita que está aquí conmigo. Las dos nos encerrábamos en un cuartito de latas durante los días que durara el conflicto, ahí las dos solitas encerradas escuchábamos los retumbos de las bombas a todas horas. Por las noches nos asomábamos por las rendijas del rancho y se veía el resplandor de las bombas como relámpagos y se escuchaban como truenos, y por momentos nos poníamos a llorar como dos locas de solo pensar que talvez uno de nuestros hijos habría muerto con una de esas bombas. Yo tuve suerte, a mí nunca me mataron un hijo en la guerra, todos fueron a la guerra pero volvieron vivos, pero aquí en el pueblo se empezaron a morir todos los hombres. Todas las semanas velábamos a uno o dos que volvían muertos, a veces destrozados en ataúdes sellados que no se podían abrir. La guerra es lo peor que le puede pasar a uno, ahora por dicha ya no hay"

Y así fue como doña Joaquina fue mi primer y mejor profesora que me empezó a explicar las dimensiones de una herida tan grande como lo es un conflicto armado. Así empecé a tratar de entender y comenzar a sentir el rostro humano de la guerra, de la maldita guerra. Empecé a entender que lo peor de la guerra no acaba cuando acaban las balas, sino que las secuelas continúan por años y por décadas. Empecé a entender por qué una región tan rica y bella como lo es Matagalpa, tiene tanta pobreza y miseria por todas partes.

"Los gringos pusieron la plata, los hondureños la tierra para las bases militares y los nicas pusimos los muertos", me explicaba de esta forma una gran amiga en Managua para intentar hacerme entender cómo era esto del juego de la guerra en Nicaragua. Y así empecé a ver el otro rostro de la guerra. Ya no desde las noticias frías y resumidas de la tele, o las notas cortas de los diarios, sino desde el dolor de sus víctimas, un dolor que nunca acaba por más que se cuente y diga.

Y me pregunto entonces cómo es posible que el capricho de unos políticos hace que un pueblo sufra tanto hasta por diez años continuos de conflicto armado. ¿Con qué cinismo los malditos gringos bajo el mando de Reagan financiaron esta oprobiosa guerra de hermanos contra hermanos, solo porque un pueblo hastiado de una dictadura represora eligió una forma de gobierno distinta a sus intereses?. ¿Por qué tanto dolor durante tanto tiempo estuvo tan cerca y yo tan siquiera me di cuenta?; y peor aún, por qué los malditos gringos, ahora bajo el mando de Bush siguen haciendo lo mismo en Irak. Afganistán y demás lugares, sembrando tanto terror y dolor humano?...


"¿Qué sos Nicaragua para dolerme tanto?" ...
termina diciendo Gioconda Belli en uno de sus más bellos poemas, y cuando recuerdo a doña Joaquina en Matagalpa entiendo y siento perfectamente esta frase.

3 Comments:

At 2:16 p.m., Anonymous Anónimo said...

Te felicito por decidirte a compartir tus pensamientos y sentimientos! Este correo en especial, me recuerda un poco a mi viaje por Centroamerica prestando voluntariado. Viaje en el cual tuve la oprtunidad de conocerte y trabajar juntos. A ver cuando te volves a dar una vuelta por Guatemala. Viajar es vivir mi amigo!
Mario

 
At 3:40 a.m., Anonymous Anónimo said...

Gracias por contagiarme de ese cariño por este país vecino y permitirme conocerlo disfrutando de tu compañía.

Sos un excelente guía turístico!!!!!!!!

 
At 8:22 a.m., Anonymous Anónimo said...

Muchas gracias por expresarse así de mi país, muy hermoso su escrito. Ayer precisamente comentaba con unos amigos lo doloroso que fue para nosotros vivir una guerra que a nuestra corta edad no entendiamos, ni entenderemos nunca, porque en el corazón de un niño que no conoce de causas y luchas, los únicos sentimientos que heredamos fue la amargura y desconfianza de gobiernos corruptos (nacionales o extranjeros), y el destino marcado.

 

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