domingo, 16 de septiembre de 2012

Fervor patrio

“Mejor sentémonos en el parque para ver pasar el desfile de faroles” recomendó mi amigo y así lo hicimos.

En el “centro” no pasaba nada, todo seguía exactamente igual. El Cocos con su música bailable y los demás restaurantes con la suya. Los turistas, rojizos por el sol del día que recién acababa, tomaban sus bebidas de siempre. El piedrero de la esquina igual bailaba al ritmo de alguna de las tantas músicas y los vendedores de droga estaban apostados en  sus esquinas; en fin, la rutina de siempre.

Pasaban los minutos pero nada de faroles. “No escucho los tambores” sentenció mi amigo. “Eso es mañana” le dije yo, pero él insistió que en Cahuita es diferente, que los tambores encabezan el desfile siempre.

De pronto, una turba sin forma de nada que venía desde la escuela se apelotó frente a nosotros. Eran señoras, chiquitos y algunos señores que acompañaban a sus hijos con sus farolitos de todas las formas y colores. También iban en la turba los jóvenes del colegio con sus faroles en la mano, pero colgando como bolsas del supermercado sin mayor intención de ser exhibidos. “Es que en el cole los obligan a hacer el farol y venir al desfile, sino pierden los puntos” me explicó una vecina del lugar.

Se destacaba entre la muchedumbre predominantemente negra y aindiada, algunos niños rubiecitos con sus padres que tenían cara de extravío y no terminaban de comprender tremendo desorden sin pies ni cabeza.

Como viejillo que se sienta en el poyo del parque a criticarlo todo, mi amigo no paraba de reclamar: “¿Pero qué pasó con los tambores?, ¿dónde están las maestras de la escuela para que pongan orden?, ¿pero cómo que ni una bandera ni nada?. Es que antes venían los tambores de primero y la gente desfilaba, pero esto es un desorden!!”

La muchedumbre se aglutinó frente al Cocos y el piedrero bailarín quedó encerrado y desconcertado porque le tapaban la visibilidad de su público en las mesas de los bares. Los vendedores de drogas quedaron encerrados entre el gentío que a su vez se ahumaba con el olor a carne asada del chinamo de la esquina.

La multitud se apelotó por el parque y frente a las sodas y dejó de caminar a falta de calle y rumbo.

Un muchacho del colegio le prendió fuego a su farol y muchos otros le siguieron el ejemplo al punto que se alzó un llamarón gigante y tuvieron que mover los carros cercanos para evitar una desgracia.

Una señora borracha caminaba entre la multitud y se abrazaba efusivamente con algunos jóvenes que al parecer la conocían. “Ella es la mamá del mae que se ahorcó” me explicó mi amigo. La señora se detuvo frente al Cocos, se movía al ritmo de la música y terminó entrando al bar.

De pronto, un aguacero de Padre y Señor Nuestro se dejó caer sin aviso ni contemplación alguna. La muchedumbre se re apelotó bajo los techos y los aleros cercanos y la fogata de faroles se extinguió. Todos corrían para todo lado y poco a poco se fueron desapareciendo.

Así fue, como en cuestión de 20 minutos, se celebró el anuncio de la noticia de la independencia de Costa Rica, en este pueblo fundado por nómadas misquitos y  migrantes jamaiquinos que vinieron desde el mar; en este pueblo que hasta hoy no tiene claro si pertenece o no a este país y si gana algo con eso.

El aguacero se acabó, el piedrero bailarín retomó su ritmo en la esquina, los vendedores de droga se reinstalaron en las suyas, la señora de los pinchos reavivó el fuego de su chinamo, la música de los bares continuó alegrando a los rojizos turistas que siguieron consumiendo sus bebidas.

“En Cahuita todo transcurre en orden y con normalidad” reza una vez más el reporte del comando policial.