sábado, 19 de mayo de 2012

El pueblo auténtico que prosperó

Había una vez un pueblo auténtico, con casas y calles auténticas, con familias auténticas originarias del lugar que se dedicaban a sus labores auténticas heredadas de generación en generación. 

Era tan auténtico que comenzó a ser la admiración de los visitantes que primero llegaban de uno en uno y después en grupos. Estos visitantes le contaron a otros y estos otros le dijeron a otros lo auténtico que era el pueblo y así cada vez llegaban más visitantes de tierras lejanas buscando experiencias auténticas y exclusivas que en ningún otro lugar existían.

Las familias auténticas comenzaron a modificar sus casas auténticas para albergar a los visitantes que querían experimentar ya no sólo un día sino varios días de experiencia auténtica. Cocinaban más comida para poder alimentar a los visitantes que a su vez esperaban que se les atendiera bien y hasta pagaban más dinero con tal de que se les diera lo que ellos querían.

Eran tantos los visitantes que familias auténticas enteras ya se dedicaban a atenderlos, venderles comida, darles alojamiento y llevarlos por los senderos de bosques y especies auténticas que tanto asombro y admiración despertaban. 

Era tan auténtica la experiencia de visitar este pueblo que un día un visitante decidió quedarse a vivir, pues ya no le bastaban las semanas y meses enteros de experiencia auténtica, sino que quería experimentar años y hasta una vida entera. Le fue tan bien a este visitante que otros más decidieron hacer lo mismo y les compraban a las familias sus tierras y sus casas auténticas y ellas muy gustosamente se las vendían pues nunca antes les habían ofrecido tanto dinero.

Los hijos y las hijas de las familias auténticas ya no solo trabajaban atendiendo a los visitantes sino que también trabajaban para las casas de los visitantes que ya habían dejado de ser visitantes porque ya vivían en el pueblo. Los hijos y las hijas de las familias auténticas se comenzaron a emparejar con los los hijos y las hijas de los visitantes que visitaban de vez en cuando el pueblo o de los que habían decidido vivir en él.

El pueblo auténtico prosperó y prosperó como nunca antes en su historia, al punto que todas sus mejores tierras llegaron a ser tan pero tan valiosas que solo las podían usar y comprar los visitantes que tuvieran mucho dinero. 

Pero un día dejaron de llegar los visitantes y las familias auténticas no sabían qué hacer con sus habitaciones y sus camas y sábanas y mesas y sillas y cocinas y platos y vasos que tenían preparados. Comenzaron a tener hambre y escasez, pero ya habían olvidado cómo hacer los trabajos auténticos que sus abuelos y abuelas practicaban cuando fundaron el pueblo.


Preguntaron entonces a los poquísimos visitantes que llegaban por el lugar que qué pasaba con los demás visitantes, que por qué no venían. Entonces los visitantes les respondieron que a ellos ya no les gustaba este pueblo porque ya no era auténtico y que preferían mejor visitar otro pueblo más auténtico que habían descubierto en otro lugar.