viernes, 19 de agosto de 2011

¡Porta mí!

Creo que fue a finales de los 80 o inicios de los 90, que un personaje de la comedia en Costa Rica acuñó el famoso término "¡Porta mí!", expresado con tono enérgico y cierto acento de desprecio.

El "porta mí" es un diminutivo de la expresión "¡qué me importa a mí!" o "¡a mí qué me importa!", lamentablemente muy común en el lenguaje cotidiano de los ticos, pero a todas luces una frase grosera que denota indiferencia pura y descargo de responsabilidad.

Desde ayer me ronda en la cabeza una y otra vez el famoso "¡Porta mí!", pues he estado pensando en la lógica y "sensibilidad" de muchos (lamentablemente muchos) funcionarios públicos de este país. 

En las últimas semanas, todos los días recibo recurrentes llamadas telefónicas de líderes de una comunidad indígena cabécar. Desde varios meses atrás vienen aportando su esfuerzo para la construcción de nuevos edificios de la escuela y el colegio de su comunidad, bajo la promesa de que una entidad de gobierno giraría los fondos a la empresa que adjudicó como gestora de este proyecto (para la cual brindo mis servicios).

Con estos fondos, se les pagaría un justo precio por la madera que con mucho esfuerzo y organización vienen consiguiendo desde hace varias semanas. Bajo esta lógica, el proyecto pretende que la inversión pública genere impactos positivos en la comunidad y que muchos de los recursos queden en sus manos, incrementando así el ingreso local y generando encadenamientos productivos.

Sin embargo, a pesar de que todo está escrito en protocolarios contratos con múltiples firmas de abogados (muy caras todas por cierto), la entidad de gobierno que administra los fondos no los ha girado en un plazo razonable. Fondos doblemente públicos que provienen de un préstamo millonario que como país hemos adquirido, y que sobra decir, como país pagamos todos y todas durante muchísimos años.

Los fondos no se giran, entre muchas otras razones, porque se retienen en una maraña burocrática de papeles y funcionarios públicos en San José, que por razones desconocidas, no terminan de papelear el trámite que culmine con el tan ansiado depósito.

El último "pero" (para asombro de todos), es el ya conocido “se nos cayó el sistema y no podemos hacer nada”, agravado aún más con otra aseveración peor: “con mucha suerte estaría arreglado para la próxima semana”.

¿Y mientras tanto? ¿Y MIENTRAS TANTO QUÉEEEEEEEEEEEE?

“¿Ahora qué hacemos?” me dijeron en la comunidad. “Los sierreros pusieron la poca plata que tenían para comprar gasolina y lo gastaron todo. Ya tenemos mucha madera acomodada en el lote en las medidas y cantidades que nos pidieron, pero ya no tenemos más plata ni para la comida”.

Una vez más me veo poniendo la cara por un proyecto de financiamiento público que es manejado por gente que al parecer no tiene cara, que no se sabe quiénes son ni donde están.

Ellos reciben puntualmente su salario quincena a quincena con los reajustes de ley, las antigüedades, dedicaciones exclusivas y cuanta invención se ha creado para “dignificar” el servicio público; pero a pesar de los reajustes, antigüedades y dedicaciones no cumplen con su deber básico de hacer el mínimo por el que se les paga.

La gente de la comunidad ya no tiene plata con qué comprar comida, mientras yo, una vez más, necesito una cirugía plástica que me cambie la cara con la que visita tras visita, tejimos una relación de confianza con la comunidad. Por otro lado están los funcionarios públicos allá en San José, en sus escritorios, quienes con su indiferencia y actitud nos dicen todos los días: “¡Porta mí!”.

martes, 16 de agosto de 2011

Espíritu alegre

Todas las comunidades contaban con sus propios músicos. 


Miss Sis recuerda las noches de luna llena en Grape Point, cuando la gente tenía unas ganas locas de bailar y no se encontraba a los músicos:


"Había aquí un hombre llamado Ruel, que sabía silbar muy bonito. Cuando empezaba a silbar, la gente se reunía en la playa bajo los almendros y bailaba feliz de la vida, al son de los silbidos, hasta las tres de la mañana".


Tomado del libro "Wa'apin man" de Claudia Palmer (1986), pág 103

“Sí, se puede hacer”

“Había un hombre aquí en los años 20, que se llamaba Herbert Wilson y era agente de la Nihaus Company. Tenía esa ambición de que algo se podía hacer aquí, así que decidió traer un camión. Lo trajo por barco. 

El camión solo trabajaba en Cahuita porque no había forma de salir del pueblo. No había tranvía. Al camión lo usaban para llevar el cacao desde la casa de la gente a The Hole, donde cargaban las lanchas. 

La gente secaba el cacao y lo apilaba en la casa, y cuando ya estaba listo para la venta, el camión lo llevaba desde la casa hasta The Hole ...

Era un camión de los antiguos, porque usaba llantas sólidas, soldadas a la rueda. Para arrancar el motor había que darle manija. El hombre dijo que algo se podía hacer aquí, así que al camión le puso un rótulo que decía 'Sí, se puede hacer'. Y la gente miraba al camión y decía 'Sí, ¡se puede hacer!'”

Relato de Mister Sorrows tomado del libro “Wa'apin man” de Claudia Palmer (1986), pág 186.

Creo que en estos tiempos necesitamos muchos de esos camiones rotulados, para que cuando los miremos, pronunciemos esas bellas y esperanzadoras palabras: “Sí, ¡se puede hacer!”

martes, 9 de agosto de 2011

El ánimo

El ánimo es como la llamita de una vela, fácilmente el viento la hace temblar.

Hay gente, momentos y lugares tan apacibles y tranquilos que nos mantienen el ánimo encendido; pero hay gente, momentos y lugares que son como tempestades que amenazan con apagar nuestro ánimo de un sopetón.

Y cuando el ánimo se apaga, señoras y señores, cuando el ánimo se apaga… qué difícil es seguir.

Por eso al ánimo hay que cuidarlo y protegerlo, ponerlo dentro de una lamparita y llevarlo con cuidado, pero si aún así se apaga, hay que hacer lo que se pueda para encenderlo de nuevo y por supuesto, hay que moverse cuanto antes a donde haya gente, momentos y lugares apacibles.

¡Pero por nada del mundo hay que aceptar caminar por la vida con el ánimo apagado!