jueves, 24 de diciembre de 2015

Ni Marklin ni Lego

Desde siempre amé los trenes. Cualquiera, donde sea y cómo sea, hasta el día de hoy me obsesiona una profunda admiración por los trenes. Podría ser asunto “genético” heredado de mi abuelo materno quien trabajó de liniero en el Ferrocarril al Pacífico hasta el último de sus días; pero murió tan joven que no lo conocí y por lo tanto nunca lo vi ni conversé con él.

Como todo niño de San José que aprecia los trenes, infinitas veces fui al segundo piso de la librería Lehmann donde exhibían lo último en trenes a escala marca Marklin. Absorto quedaba de ver las locomotoras, los vagones, las estaciones, los postes, las montañas, los túneles y la gran maqueta donde se apreciaba el movimiento cíclico del tren. Simplemente extasiante. . . horas de horas podía pasar viendo tal espectáculo.

Otro delirio infantil era ver los “legos”, esas piecitas de colores con las que se podía armar lo que fuera. Me parecían tan maravillosas. Me encantaba ir y ver las grandes composiciones que se armaban con legos.

Creo que jamás pasó por mi mente pedir que “el niño me trajera” un tren Marklin o un set de legos grande, pues con solo ver los precios era obvio que esto era imposible, pero una navidad se me ocurrió pedirle a mi papá que me hiciera un tren de madera. Él era ebanista y se dedicaba a fabricar muebles, por lo que yo sabía que le estaba pidiendo algo posible. Claro, lo pedí infinita cantidad de veces y acudí a todas las medidas de presión imaginables, pues el señor era de lenta respuesta.

Cuál fue mi sorpresa un día darme cuenta que mi papá estaba cortando piezas pequeñas para armar el tren. ¡Qué emoción más profunda!!!, yo no cabía dentro de mí de la felicidad. Al igual que los muebles, se tomó su tiempo. Cada pieza fue debidamente lijada y pulida. No tengo idea de dónde sacó el modelo pero mi papá armó una locomotora y como seis vagones de pasajeros (con ventanitas y techo redondito). A cada vagón le puso cuatro rueditas de madera, cada una fijada con un clavo. Unió los vagones con un sistema de ganchitos metálicos y pasadas muchas horas y creo que como dos días, quedó terminado mi tren de madera.

Por decreto infantil se estableció que mi tren era el de Limón. Viajé cientos de veces de San José a Limón y viceversa. Al igual que el verdadero, salía a las 11 am, paraba en Cartago, Turrialba y Siquirres. En Siquirres cambiaba de locomotora diesel a una eléctrica (que yo mismo había armado con otros tucos). Cruzaba las llanuras de bananales y como a las 6 pm iba llegando a Limón. Era tanto lo que me arrastraba hincado jalando el tren por toda la casa que recuerdo que mis rodillas eran oscuras y callosas.

Conforme pasaron los meses el tren se fue sofisticando. Con témperas lo pinté de azul con una franja blanca y roja (igual que los de verdad). A cada vagón le pegué en un cuadrito el logo de FECOSA (Ferrocarriles de Costa Rica, S.A.) hecho por mí con lapicero azul y rojo. Con témpera blanca le pinté el número a cada vagón y la máquina era la 85.

No sé si fue para la siguiente navidad, pero en el librito de “Escuela para todos” sacaron una nota sobre un juego de tucos de madera, de diferentes formas geométricas, de fácil fabricación, con el que se podían armar múltiples figuras y edificios a escala. ¡Dios mío, cómo fui yo a ver esto!!! Por supuesto que comencé el lobby y las medidas de presión para que mi papá lo fabricara.

Se lo expuse formalmente un día en la mesa, pero a como era su estilo, no dijo ni sí ni no. Se lo seguí solicitando de todas las formas y yo no veía respuesta alguna. Opté entonces por una estrategia más sutil: le pondría el libro abierto en la página que me interesaba, debajo de sus cobijas, para que cuando se fuera a acostar se lo encontrara y recordara mi petición. Creo que esta estrategia fue efectiva, pues faltando pocos días para la navidad mi papá comenzó a fabricar el set de tucos… ¡ y ese fue mi regalo esa navidad !!!!

¡Ahora sí que conquistaría el mundo!!! ¿Qué más me hacía falta si ya lo tenía todo?: Un tren y un set de tucos para construir lo que yo quisiera. Construí múltiples versiones de la estación del Ferrocarril al Atlántico (les juro que me quedaba igual), la estación de tren en Limón, iglesias con campanario, iglesias con dos torres, edificios de hasta 14 pisos, el puente sobre el Río Reventazón (sobre el que pasaba el tren por supuesto) y hasta el Codo del Diablo recuerdo haber recreado con mis famosos tucos.

Con el aserrín del taller simulaba montañas y mi tren cruzó más de un sofisticado túnel. Oh por Dios, cuán feliz fui jugando horas de horas con los tucos y con el tren. Ni Marklin ni Lego, pero les aseguro que gracias a mi papá y su cariño y paciencia, yo tuve los juguetes más hermosos del mundo.