viernes, 2 de noviembre de 2012

Mi ofrenda


Hoy se recuerda a los muertos en este lado del mundo. La oficialidad católica romana establece el día de los “fieles difuntos” y además la tradición milenaria de pueblos indígenas se unen a la fecha con sus ritos de flores, calaveras, velas y ofrendas de alimentos en las tumbas. Una vez más, en América Latina se cumple con la “fecha oficial” pero celebramos a nuestra forma  y antojo, según nuestras herencias y tradiciones.

Mi formación de origen protestante dicta con severidad que los muertos murieron y muertos están, son como desaparecidos, pero a diferencia de éstos, no se les espera, no se les busca, no se les habla, no se les hace altares con sus fotos, velas y flores.

¡No!, “el Señor se los llevó” y descansan en paz, no tienen ninguna relación ni influencia con este nuestro mundo de “los vivos”, ni nosotros tenemos ninguna posibilidad de influenciar en su destino, contrario a lo que la tradición popular católica cree cuando hace misas a los muertos y considera que “hay que echarles una manita” para que salgan del purgatorio (una especie de sala de espera que se me parece más a una larga fila de cualquier trámite en una institución pública).

Para quienes crecimos en medio de estos dos mundos la cosa se vuelve un tanto compleja. Por un lado se le dedica un “día oficial” a los muertos, se les hace misas y se mueven influencias para “ayudarles en sus trámites”;  y por otro se asume casi como que los muertos no existen y por lo tanto no merecen ser recordados ni ritualizados.

Crecer con este concepto intangible de los muertos y la muerte en un contexto donde la mayoría la ritualiza y la traduce en objetos y actos tangibles es tarea complicada. Mi sobrina mayor a muy corta edad no lo pudo haber dicho mejor cuando se cuestionó el destino y ubicación exacta de su hermanita y su abuelo fallecidos. La inocente e implacable niña lanzó como flecha su profundísima pregunta: “Pero cómo es que Carolina y To viven ahí en la casita del cementerio y también están con el Señor en el cielo, pero el Señor vive en mi corazón, entonces ¿dónde viven ellos?...”

Ni quiero imaginarme la respuesta y explicación de sus padres, pero la pregunta está llena de mucha profundidad y misterio como solo los niños suelen lograrlo. ¿Cómo explicar dónde viven los muertos cuando creemos que los muertos “no viven” sino más bien “mueren”?. Así como hay vivos que mueren ¿habrá muertos que viven? . . .

Como buen latinoamericano, hoy 2 de noviembre resuelvo el asunto echando mano del sincretismo, es decir, como nuestras comidas, mezclando ingredientes de todo lado hasta lograr el tono y sabor que más me sirve y me gusta. Mezclaré entonces la profunda pregunta de mi sobrina con un mensaje de un rótulo grande a la entrada de un cementerio que dice: “Sólo morimos cuando nos olvidan”.

¿Dónde viven los muertos?, en el recuerdo y por lo tanto en mi corazón, al menos aquellos a quienes quise o me quisieron en vida. Así que hoy, como muchos otros días a lo largo del año, armo con cariño una ofrenda de recuerdos coloridos y bellos de mi abuela Toña y de mi papá Edwin, los difuntos que más se mantienen “vivos” a punta de lindos recuerdos.

Recuerdo a mi abuela Toña cuando cocino un picadillo e intento picar los ingredientes sobre mi mano y no en una tabla, cuando no doy tiempo a que las visitas se acomoden y ya les estoy atiborrando de ofrecimientos de comidas y bebidas, cuando no soporto ver a nadie de pie y empiezo a jalar sillas de todo lado hasta que todos estén cómodamente sentados, cuando me veo sacando plata y juntando cincos míos y de otros para ayudar en alguna causa sin cuestionarse nada porque la consigna siempre es dar, compartir, acompañar; cuando persigo en las noches los zancudos por la casa con una espiral encendida, convencidísimo de que los estoy espantando y arriando como ganado para que se salgan por la puerta entreabierta buscando la luz del bombillo.

Recuerdo a mi padre todos los días cuando veo el jásped de los tablones de madera de las paredes de mi casa, cuando agarro el martillo del extremo para que tenga mayor fuerza el martillazo, cuando corrijo al que hace arreglos de la casa y le digo cómo apalancar el martillo para sacar un clavo sin dañar la madera, cuando me peino frente al espejo y descubro  con pavor las mismas canas que él tenía y veo frente a mí una cara inevitablemente parecida a la suya.

Lo recuerdo cuando intento sacar una melodía en la guitarra, cuando me exaspero por el ruido y exijo silencio y le pido a todos que hablen como la gente, cuando me río solo por las ingeniosísimas sátiras y burlas que se me ocurren, cuando no me la aguanto y las termino diciendo y la gente no para de reír, cuando me veo explicando a otro que “lo que uno siembra eso recoge” y demás preceptos que nos explican muchas cosas de la vida, cuando duermo por las tardes por puro placer y no por sueño, cuando me despiertan mis propios ronquidos, cuando saboreo una naranja y el escándalo es bochornoso y cuando me como una tajada de piña partiendo pedacitos con la mano en lugar de morderla directamente.

Hoy y cuántos días me queden sobre este mundo, honro su memoria reconociendo las huellas que dejaron en mi vida, honro su memoria tomando de cada uno lo que más me gusta y aprecio y replicándolo en mi vida con los ajustes que correspondan. Honro su memoria recordando sus vidas y manteniendo vivos, como llamitas de candelas, sus recuerdos, enseñanzas y lecciones que en muchos casos me ayudan a decidir y tomar rumbo.

Esta es mi ofrenda colorida de recuerdos, que no la pongo sobre sus tumbas o en un altar, sino más bien sobre mi vida.

3 Comments:

At 11:28 p.m., Anonymous Sabia sobrina mayor! said...

Tio esta buenisimo.. gracias por hacerme recordar detalles como estos.. y a tener vivos los recuerdos!

 
At 10:14 p.m., Anonymous Dory said...

qué bello monumento a la memoria!

Es contundente ese rótulo del cementerio de Desamparados "sólo morimos cuando nos olvidan".

Muy lindo y conmovedor lo que escirbiste, un abrazo

 
At 7:23 p.m., Anonymous L. said...

Hay que hablar de los muertos para que no desaparezcan, dicen en algún lado. Me encanta cómo mantenés vivos a los tuyos.
Para mí siguen vivos al abrirnos camino en las "luchas" de hoy y en cuanto nos enseñaron. Su energía no se destruye, solo se transforma.

 

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