Vivimos momentos de crisis, inéditos, muy veloces y de escala mundial. Lo que tanto se viene diciendo de que estamos subidos en el mismo barco, hoy toma un significado más que tangible. Que no todos viajamos en las mismas condiciones en ese barco también está quedando más que claro.
Se dice que en situaciones excepcionales y extremas queda en evidencia nuestra verdadera naturaleza, quedamos desnudos al sentir, pensar, hablar y actuar casi de forma reactiva e impulsiva. De ahí que una crisis de tal magnitud está sacando y poniendo en evidencia, sin mayores tapujos, lo mejor y lo peor de nuestro rostro humano.
De todo lo que se está develando ante nuestros atónitos ojos expectantes, me llama mucho la atención un fenómeno también muy humano: la necesidad de afirmar nuestras certezas y encontrar evidencias incuestionables que confirmen que en efecto teníamos y tenemos “la razón”, como si solo una hubiera o como si esta existiera en forma pura e incólume.
Me resulta curioso ver desfilar las odas y aplausos al “Estado Social de Derecho” y a la “institucionalidad pública”. En esta misma dirección desfilan los más viscerales ataques al “neoliberalismo” y sus “verdades impuestas”. Según se argumenta en estas filas, la crisis global del coronavirus les está dando la razón.
Curioso también resulta leer a otros que con igual contundencia encuentran en esta crisis la afirmación incuestionable de sus consignas y propuestas para reducir el aparato estatal a un mínimo funcional, resguardar la integridad de la dinámica económica y dejar que sea ésta la que contenga las turbulencias y “nos salve” de la hecatombe. Igual en esas filas se levantan banderas y consignas viscerales en contra de los “estatistas”, los “socialistas”, los “gobiernistas” y cuanta etiqueta se les ocurra inventar para nombrar a sus adversarios.
Curioso resulta también que los del primer grupo contadas veces valoran, cuestionan o reconocen el origen de los recursos que permiten la concreción de sus propuestas, a la vez que los del segundo grupo tampoco ven o reconocen que necesitan de un Estado (a su imagen y semejanza) que conduzca la nave hacia las aguas de su interés.
Aparecen también clarividentes que desde meses o años atrás lo venían diciendo de muchas formas. Hoy sus relatos son auténticas profecías que se cumplen casi a cabalidad ante nuestro asombro. Quienes son de afinidad apocalíptica, ven en el devenir de los hechos incuestionables señales del fin de los tiempos; y los creyentes en “la ciencia” (que también tiene su buena cuota de fe) nos brindan día a día sus teorías y explicaciones.
En la acera ambiental y del cambio climático, como nunca antes y en bandeja de plata ven suceder ante sus ojos un “experimento” de escala global impensable hace algunos meses: apagar casi del todo la actividad humana contaminante y constatar los efectos positivos sobre las especies, los ecosistemas, la temperatura, la calidad del aire, la capa de ozono y un sin fin de señales que hasta hace poco para muchos incrédulos, eran hipotéticas. A ellos también el coronavirus les otorga la razón, aunque también les cuesta ver que el “apagón” de las actividades económicas que de buena y mala forma resolvían el sustento de la “tribu humana”, más temprano que tarde provoca una fuertísima presión sobre los recursos naturales que nuevamente podrían seguir siendo consumidos y devorados de forma no sostenible.
Y cuando todo esto pase, ¿en qué habremos cambiado, si continuamos con el pleno convencimiento de que tenemos la razón? . . . Ya se ha dicho de muchas formas que igual no volveremos a ser, que esta es una de muchas otras que vendrán y que tendremos que desarrollar las capacidades para adaptarnos y sobrevivir (una vez más) a estas nuevas condiciones.
Quizá lo que podamos aprender de todo esto (entre muchas otras cosas), es reconocer que como parte de nuestra condición humana padecemos una especie de “daltonismo ideológico” (también religioso, político o económico), que nos hace ver con mayor énfasis unos “tonos” y “colores” a la vez que nos impide reconocer otros. Para colmo de males, no solo existe un tipo de este “daltonismo” sino varios y diferentes, lo que quizá pueda explicar que aunque estamos en el mismo barco y habitamos el mismo mundo, lo vemos y explicamos de formas completamente diferentes.
“Sesgo de confirmación” le llaman a este fenómeno. La tendencia a seleccionar y usar la información que confirma nuestras creencias y verdades, a la vez que filtramos y desechamos cualquiera otra que las cuestione o ponga en entredicho. Comprensible comportamiento si nos reconocemos necesitados de seguridad y de certezas, así se construyan estas muchas veces con espejismos.
Si reconocemos y ponemos en evidencia nuestros “daltonismos” (los nuestros y los de “los otros") y hacemos el esfuerzo de comprenderlos, tal vez logremos construir y desarrollar una mejor forma de ver y entender nuestro mundo. Tal vez ese sea el pasito para adelante que logremos dar, admitiendo eso sí, que quizá nadie tenía toda “la razón”.