Los eslabones de la impunidad
Como muchos otros en este
país, por enésima vez fui víctima del hampa. En esta ocasión ingresaron a mi
casa pocos minutos después de que salí hacia el trabajo. A pesar de mi
desdicha, paradójicamente tuve suerte y de la buena, pues los hampones no
pudieron llevarse mucho; posiblemente porque el dueño de la finca donde queda
la casa en que vivo, se acercó y esto ahuyentó a los invasores con lo poco que
habían extraído, que no obstante suma un valor aproximado a los 180 000 colones
(cantidad que no le sobra a nadie).
Mi suerte sin duda es
excepcional, pues para asombro de todos, al día siguiente recuperé casi la
totalidad de los bienes robados. Esa es una de las ventajas de vivir en un
pueblo pequeño, pues cuando una señora escuchó el relato de las cosas robadas,
informó que había visto a un vecino suyo (joven de reconocida trayectoria en el
campo del hampa) con uno de los bienes extraídos.
Sin embargo la recuperación
no fue nada fácil, sino una experiencia llena de episodios que me terminaron
motivando a escribir estas líneas. El relato de lo sucedido es larguísimo, así
que señalaré solo los aspectos más relevantes que conforman lo que yo llamo “eslabones”
de una larga “cadena de impunidad”.
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Los policías de la Fuerza Pública me acompañaron a la
casa del sospechoso luego de más de una hora de negociaciones, explicaciones y
advertencias de que ellos no pueden ingresar, no pueden hacer mucho, solamente
ver e intentar dialogar con el sospechoso. Además, como condición para que me acompañen
les debo brindar transporte en mi automóvil, pues en la delegación ese día
carecían de unidades móviles y no había ninguna otra disponible.
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Junto con los policías logramos encontrar la mayoría
de los bienes extraídos en la casa (rancho-búnker) de un joven cuyo documento
de identidad nos indica que en las próximas semanas cumplirá apenas 17 años. Se
decomisan además unas plantas de marihuana en una maceta y detienen a otros dos
menores de edad que estaban en la misma casa quienes carecían de documentación
y referían ser extranjeros.
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Los policías solo contaban con unas esposas, por lo
que pudieron “apresar” físicamente solo a dos de ellos esposando una mano de
cada uno. El otro detenido quedó con las manos libres en ausencia de más
esposas.
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Uno de los policías me solicita que por favor traslade
a los detenidos en mi carro en compañía de un oficial. Me niego rotundamente a
aceptar tremenda propuesta y me explica que están sin unidades móviles y que a
pesar de los pedidos de ayuda a diferentes delegaciones no cuentan con ninguna,
de modo que tendríamos que esperar aproximadamente cuatro horas para que llegue
una patrulla. Le recomiendo que llame al otro comando que se encuentra a
escasos 300 metros
del lugar y me indica que eso no es posible porque corresponde a otra
jurisdicción (así como lo leen, para atender el hampa que se mueve a las anchas
por el país, la policía está fragmentada por jurisdicciones entre las cuales al
parecer no puede haber interconexiones o razonables colaboraciones).
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Con el fin de apresurar las cosas terminé contratando
un servicio de taxi para que trasladara a los detenidos junto a los policías
(sobra decir que lo tuve que pagar yo). Como no cabían cómodamente y existía
riesgo que uno se fugara, terminé trasladando al tercero junto con un policía
en mi carro.
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Tanto el taxista como uno de los policías me
insinuaron que no valía la pena acudir a la fiscalía y poner la denuncia, pues
al final “nada pasa”, de modo que podrían entregarme los bienes ahí mismo y se
acababa el proceso; no obstante decidí poner la denuncia formal en la fiscalía.
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Viajé 20
km en mi automóvil para brindar mi declaración. El
proceso no se podía continuar porque la policía continuaba sin unidades
móviles. En la fiscalía indagaron otras opciones con el OIJ y otras entidades
pero nadie disponía de automóvil para trasladar a los detenidos y los bienes
recuperados. Ya para entonces llevaba más de medio día laboral dedicado en este
asunto.
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En la fiscalía se me indicó que el único cargo por el
que puedo demandar al detenido es por tener los bienes robados de mi casa pero
no por haberse metido a robar, pues no existen pruebas suficientes ni testigos
presenciales que permitan determinar que fue él el quien ingresó a mi casa.
Además, como se trata de un menor de edad es muy poco lo que se puede hacer, de
modo que muy posiblemente se le darán unas “advertencias verbales” y se le
dejará libre. Por otra parte, el defensor público al que el menor tiene derecho,
le recomendará que se abstenga de declarar, de modo que no se puede contar con
ningún argumento ni explicación del menor.
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Retomé mi día y mis labores ordinarias y
posteriormente me informé que hasta el final de la tarde la policía dispuso de
un automóvil para trasladar al detenido, el cual ya era solo uno porque los
otros dos fueron remitidos a la policía de migración. Tal como me lo habían
explicado, le tomaron su declaración (mejor dicho su silencio) y lo dejaron en
libertad. Al día siguiente fui por los bienes y me fueron entregados sin mayor
contratiempo. Me indicaron que el proceso queda “abierto” y que en dos meses
posiblemente me llamarán a declarar.
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Uno de los detenidos me había indicado que uno de los
bienes faltantes lo tenía un taxista del pueblo a quien se lo habían vendido.
Por medio de otro taxista mandé a pedirlo y al final del día lo recuperé.
Si bien en este caso pude
recuperar la gran mayoría de lo robado, fue mucho más lo que perdí. En primera
instancia, un día de trabajo dedicado a rebotar entre una y otra institución
que supuestamente fue creada para ayudar a resolver estos asuntos. Por otra
parte perdí la confianza y la tranquilidad de mi casa y más aún, perdí por
completo el respeto y la confianza en las instituciones de este país, que si
bien son grandes, complejas y aparatosas (además de muy caras), cada día nos
demuestran su incapacidad para resolver y atender las necesidades de la
ciudadanía.
Como la mayoría de los
habitantes de este país, junto con la decepción y el desencanto, exploté en ira
contra la persona que tenía mis bienes robados y que muy posiblemente fue uno
de los que ingresó a mi casa forzando una ventana y una puerta. Se trata de un
joven de 17 años, al que llamaré “Richard” por decirle algún nombre.
Por momentos sentí el deseo
de no haber acudido a la fiscalía y haber seguido el “consejo” del taxista que
colaboró con su traslado, quien me dijo que tratara de asegurarme que le dieran
una muy “buena majada” a Richard, pues era lo único que se podía sacar de todo
esto. Pensé en hacer de mi casa una “fortaleza” impenetrable para que no pudieran
ingresar nunca más, pero precisamente vivo
en un pequeño pueblo rural y distante porque me resisto a vivir
enjaulado y encerrado.
Como muchos otros, pensé en
hacerme de un arma y llevar un curso, para que así al mínimo ruido pueda yo
disparar y deshacerme literalmente “de un plomazo” de cualquier amenaza.
Pero ya más sereno me pongo
a pensar que lo que más duele de todo esto es la impunidad, la que se consolida
y arraiga en todos los rincones de nuestro país. Con todo lo vivido, a Richard
le está quedando una lección muy clara y es que en Costa Rica se incumple, se
transgrede, se delinque y nada pasa. A sus 17 años es un “piedrero” delincuente
que roba incluso comida de las casas para sostener su vicio. Deplorable
proceder el de este muchacho, pero detrás de su conducta y de su vida hay un
gigante encadenamiento de faltas y de incumplimientos también impunes.
¿Dónde está la mamá de
Richard?... ah sí cierto ¿y el papá?... Si tiene casi 17 años es muy probable
que forme parte del contingente de hijos “no reconocidos” nacidos en 1995. El
papá de Richard incumple y se pierde, la mamá al parecer también incumple su
deber de crianza y cuido y huye, pero nada pasa.
¿Y la escuela y el colegio?
Con suerte finalizó la escuela y sin duda Richard es uno de los miles de miles
de jóvenes expulsados del sistema educativo. La escuela no cumple a cabalidad
con su deber de brindar educación de calidad y el colegio (que es donde debería
estar Richard) tampoco cumple, pero nada pasa.
Si consultara con los de la
escuela y los del colegio, me dirán miles de explicaciones y con total certeza
argumentarán que ellos no cuentan con recursos suficientes para hacer bien su
trabajo. Muy similar a la Fuerza Pública, sin automóvil, sin suficientes
policías, sin “esposas”, sin un local digno. Pero entonces, si este es uno de
los países más caros de la región donde se pagan impuestos más altos, ¿dónde
está la plata que se requiere para que estas instituciones hagan bien su
trabajo?. Hacienda me dirá entonces que la recaudación no está siendo
suficiente a pesar de sus esfuerzos y esto me lleva a otro plano: En este mismo
pueblito que depende casi totalmente del turismo, los hoteles, restaurantes y
comercios en su mayoría no dan factura, no declaran, no pagan impuestos y esto
no quiere decir que no los cobren porque los precios son considerablemente
altos. ¿Y el inspector de Hacienda? Hasta hoy no he visto un solo negocio
cerrado por no pagar sus impuestos. Los empresarios y comerciantes incumplen,
los inspectores incumplen, pero nada pasa.
La experiencia vivida me
lanzó a indagar sobre la Ley Penal Juvenil. Asombrado quedé en el apartado de
las sanciones cuando identifico que hay “advertencias” verbales (como decir
regaños), pero también hay opciones de trabajo comunitario en zonas públicas y
parques nacionales. Hay hasta posibilidad de resarcir haciendo trabajos a favor
del ofendido en tanto haya un acuerdo entre las partes y el trabajo no
menoscabe la dignidad y derechos del menor. También hay posibilidad de remitirlos
a centros de recuperación o internados especializados en caso de ser necesario.
Hay opciones, hay
herramientas jurídicas para aplicar penas al menos un tanto más coherentes y
razonables, pero simplemente no se aplican. Los funcionarios judiciales se
quedan con las “advertencias” que se ejecutan en sitio en un formato machotero
(algo así como pau pau, no lo vuelva a hacer) y desestiman cualquier otra opción.
¿Por qué?... unos me dicen que porque no se quieren complicar con más trabajo,
dado que estas otras sanciones requieren cierto grado de seguimiento y
verificación, pero también me indican la razón de todas las razones: No hay
recursos para poder hacer efectivas esas otras medidas cuyo fin es calar un
mensaje sancionador pero positivo en el menor que transgrede la ley. Una vez más
el Poder Judicial no cumple, o cumple a medias y nada pasa.
En fin, creo que Richard es
lamentablemente el último eslabón de una larguísima cadena de incumplimientos e
impunidades. Nuestra ira y enojo hacen que queramos descargar sobre él todo el
peso de la ley y todo el peso de nuestra frustración. Falazmente creemos que “encerrándolo
hasta que se pudra”, o bien otros dirán que “matándolo sin piedad” resolvemos
de una vez por todas este problema. El
Salvador, Guatemala, Medellín, Bogotá, Sao Paulo, Río de Janeiro y muchas otras
ciudades y países hermanos son el vivo ejemplo de que esta no es la vía, y no
lo es porque muy tristemente Richard no es el problema sino una pequeña fracción
de éste y es la expresión de una sociedad en completa decadencia.
Richard está “tostado”, está
“maleado”, es un “delincuente hecho y derecho” que ya “no tiene arreglo”, es la
“manzana podrida” que corrompe a las demás. Colocamos en Richard todas las
etiquetas que falazmente nos dan la satisfacción de encontrar un único
culpable. Sin embargo todo lo que depositamos en Richard es perfectamente
aplicable a nuestra sociedad, a nuestro Estado y nuestro sistema político, que sin
duda está “tostado”, está “maleado”, es un “delincuente hecho y derecho”.
¿Ya no tiene arreglo?... no
sé. ¿Se podrá “encarcelar hasta que se pudra” o podremos “matarlo de un plomazo”
sin piedad?... no sé. Por ahora voy para una reunión con los vecinos de este
sector del pueblo a conversar sobre la seguridad de nuestro barrio y definir
herramientas para cuidarnos unos a otros y coordinar acciones con la policía y
exigir mayor calidad en su proceder. Igual propongo conversar con la Asociación
para valorar la posibilidad de que los menores infractores de este pueblo cumplan
su “pena” haciendo trabajo comunitario, recogiendo la espantosa basura que
todos los días se acumula en el parque o fabricando basureros para reciclar o
mejorando el jardín del boulevarcito de la entrada o ayudando en las múltiples
tareas que siempre hay que hacer en el parque nacional vecino.
No es posible y no creo
efectivo “encerrarlo hasta que se pudra” ni “matarlo de un plomazo”, entonces
comencemos a trabajar y a movernos en lo que sí es posible. Creo que eso es
mejor que quedarse sin hacer nada.