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La Nación 25 de junio 2011.
Sería otra noticia ordinaria de las que cada día ocupan más espacio en los diarios y noticieros; pero no, lamentablemente esta vez no es una más, porque ese joven de 23 años era Alejandro, el hijo de Rubén, un ex compañero de trabajo.
Tarde o temprano sucedería, la violencia que nos persigue con pasos de gigante ya alcanzó a alguien cercano y coloca hoy a una familia entera en el más grande e inexplicable de los sufrimientos.
Muy pocas veces vi a Alejandro, pero recuerdo perfectamente cuando Rubén salía corriendo para llevarlo o traerlo a algún curso o actividad en que participaba su hijo adolescente. Recuerdo una ocasión en que con puntualidad inglesa Rubén salió de una actividad en Guápiles y cruzó el Braulio Carrillo hacia San José en tiempo récord para estar presente en un evento con su hijo.
La última vez que me encontré con Rubén, a modo de broma le pregunté que si su hijo había tomado las "torcidas sendas del derecho" al igual que su papá, y con gran orgullo me contó que Alejandro ya estaba en la U y que iba por Sociología.
Dicen que cuando perdemos a los padres nos llaman "huérfanos", cuando perdemos la pareja quedamos "viudos", pero que cuando se pierde un hijo no existe aún la palabra que permita nombrar tan inmenso dolor.
Paz a Alejandro, fortaleza para Rubén y el resto de la familia. Desde todos los lugares, espacios, luchas y recuerdos compartidos, estamos con ustedes.