domingo, 23 de septiembre de 2012

Los eslabones de la impunidad


Como muchos otros en este país, por enésima vez fui víctima del hampa. En esta ocasión ingresaron a mi casa pocos minutos después de que salí hacia el trabajo. A pesar de mi desdicha, paradójicamente tuve suerte y de la buena, pues los hampones no pudieron llevarse mucho; posiblemente porque el dueño de la finca donde queda la casa en que vivo, se acercó y esto ahuyentó a los invasores con lo poco que habían extraído, que no obstante suma un valor aproximado a los 180 000 colones (cantidad que no le sobra a nadie).

Mi suerte sin duda es excepcional, pues para asombro de todos, al día siguiente recuperé casi la totalidad de los bienes robados. Esa es una de las ventajas de vivir en un pueblo pequeño, pues cuando una señora escuchó el relato de las cosas robadas, informó que había visto a un vecino suyo (joven de reconocida trayectoria en el campo del hampa) con uno de los bienes extraídos.

Sin embargo la recuperación no fue nada fácil, sino una experiencia llena de episodios que me terminaron motivando a escribir estas líneas. El relato de lo sucedido es larguísimo, así que señalaré solo los aspectos más relevantes que conforman lo que yo llamo “eslabones” de una larga “cadena de impunidad”.

-          Los policías de la Fuerza Pública me acompañaron a la casa del sospechoso luego de más de una hora de negociaciones, explicaciones y advertencias de que ellos no pueden ingresar, no pueden hacer mucho, solamente ver e intentar dialogar con el sospechoso. Además, como condición para que me acompañen les debo brindar transporte en mi automóvil, pues en la delegación ese día carecían de unidades móviles y no había ninguna otra disponible.
-          Junto con los policías logramos encontrar la mayoría de los bienes extraídos en la casa (rancho-búnker) de un joven cuyo documento de identidad nos indica que en las próximas semanas cumplirá apenas 17 años. Se decomisan además unas plantas de marihuana en una maceta y detienen a otros dos menores de edad que estaban en la misma casa quienes carecían de documentación y referían ser extranjeros.
-          Los policías solo contaban con unas esposas, por lo que pudieron “apresar” físicamente solo a dos de ellos esposando una mano de cada uno. El otro detenido quedó con las manos libres en ausencia de más esposas.
-          Uno de los policías me solicita que por favor traslade a los detenidos en mi carro en compañía de un oficial. Me niego rotundamente a aceptar tremenda propuesta y me explica que están sin unidades móviles y que a pesar de los pedidos de ayuda a diferentes delegaciones no cuentan con ninguna, de modo que tendríamos que esperar aproximadamente cuatro horas para que llegue una patrulla. Le recomiendo que llame al otro comando que se encuentra a escasos 300 metros del lugar y me indica que eso no es posible porque corresponde a otra jurisdicción (así como lo leen, para atender el hampa que se mueve a las anchas por el país, la policía está fragmentada por jurisdicciones entre las cuales al parecer no puede haber interconexiones o razonables colaboraciones).
-          Con el fin de apresurar las cosas terminé contratando un servicio de taxi para que trasladara a los detenidos junto a los policías (sobra decir que lo tuve que pagar yo). Como no cabían cómodamente y existía riesgo que uno se fugara, terminé trasladando al tercero junto con un policía en mi carro.
-          Tanto el taxista como uno de los policías me insinuaron que no valía la pena acudir a la fiscalía y poner la denuncia, pues al final “nada pasa”, de modo que podrían entregarme los bienes ahí mismo y se acababa el proceso; no obstante decidí poner la denuncia formal en la fiscalía.
-          Viajé 20 km en mi automóvil para brindar mi declaración. El proceso no se podía continuar porque la policía continuaba sin unidades móviles. En la fiscalía indagaron otras opciones con el OIJ y otras entidades pero nadie disponía de automóvil para trasladar a los detenidos y los bienes recuperados. Ya para entonces llevaba más de medio día laboral dedicado en este asunto.
-          En la fiscalía se me indicó que el único cargo por el que puedo demandar al detenido es por tener los bienes robados de mi casa pero no por haberse metido a robar, pues no existen pruebas suficientes ni testigos presenciales que permitan determinar que fue él el quien ingresó a mi casa. Además, como se trata de un menor de edad es muy poco lo que se puede hacer, de modo que muy posiblemente se le darán unas “advertencias verbales” y se le dejará libre. Por otra parte, el defensor público al que el menor tiene derecho, le recomendará que se abstenga de declarar, de modo que no se puede contar con ningún argumento ni explicación del menor.
-          Retomé mi día y mis labores ordinarias y posteriormente me informé que hasta el final de la tarde la policía dispuso de un automóvil para trasladar al detenido, el cual ya era solo uno porque los otros dos fueron remitidos a la policía de migración. Tal como me lo habían explicado, le tomaron su declaración (mejor dicho su silencio) y lo dejaron en libertad. Al día siguiente fui por los bienes y me fueron entregados sin mayor contratiempo. Me indicaron que el proceso queda “abierto” y que en dos meses posiblemente me llamarán a declarar.
-          Uno de los detenidos me había indicado que uno de los bienes faltantes lo tenía un taxista del pueblo a quien se lo habían vendido. Por medio de otro taxista mandé a pedirlo y al final del día lo recuperé.

Si bien en este caso pude recuperar la gran mayoría de lo robado, fue mucho más lo que perdí. En primera instancia, un día de trabajo dedicado a rebotar entre una y otra institución que supuestamente fue creada para ayudar a resolver estos asuntos. Por otra parte perdí la confianza y la tranquilidad de mi casa y más aún, perdí por completo el respeto y la confianza en las instituciones de este país, que si bien son grandes, complejas y aparatosas (además de muy caras), cada día nos demuestran su incapacidad para resolver y atender las necesidades de la ciudadanía.

Como la mayoría de los habitantes de este país, junto con la decepción y el desencanto, exploté en ira contra la persona que tenía mis bienes robados y que muy posiblemente fue uno de los que ingresó a mi casa forzando una ventana y una puerta. Se trata de un joven de 17 años, al que llamaré “Richard” por decirle algún nombre.

Por momentos sentí el deseo de no haber acudido a la fiscalía y haber seguido el “consejo” del taxista que colaboró con su traslado, quien me dijo que tratara de asegurarme que le dieran una muy “buena majada” a Richard, pues era lo único que se podía sacar de todo esto. Pensé en hacer de mi casa una “fortaleza” impenetrable para que no pudieran ingresar nunca más, pero precisamente vivo  en un pequeño pueblo rural y distante porque me resisto a vivir enjaulado y encerrado.

Como muchos otros, pensé en hacerme de un arma y llevar un curso, para que así al mínimo ruido pueda yo disparar y deshacerme literalmente “de un plomazo” de cualquier amenaza.

Pero ya más sereno me pongo a pensar que lo que más duele de todo esto es la impunidad, la que se consolida y arraiga en todos los rincones de nuestro país. Con todo lo vivido, a Richard le está quedando una lección muy clara y es que en Costa Rica se incumple, se transgrede, se delinque y nada pasa. A sus 17 años es un “piedrero” delincuente que roba incluso comida de las casas para sostener su vicio. Deplorable proceder el de este muchacho, pero detrás de su conducta y de su vida hay un gigante encadenamiento de faltas y de incumplimientos también impunes.

¿Dónde está la mamá de Richard?... ah sí cierto ¿y el papá?... Si tiene casi 17 años es muy probable que forme parte del contingente de hijos “no reconocidos” nacidos en 1995. El papá de Richard incumple y se pierde, la mamá al parecer también incumple su deber de crianza y cuido y huye, pero nada pasa.

¿Y la escuela y el colegio? Con suerte finalizó la escuela y sin duda Richard es uno de los miles de miles de jóvenes expulsados del sistema educativo. La escuela no cumple a cabalidad con su deber de brindar educación de calidad y el colegio (que es donde debería estar Richard) tampoco cumple, pero nada pasa.

Si consultara con los de la escuela y los del colegio, me dirán miles de explicaciones y con total certeza argumentarán que ellos no cuentan con recursos suficientes para hacer bien su trabajo. Muy similar a la Fuerza Pública, sin automóvil, sin suficientes policías, sin “esposas”, sin un local digno. Pero entonces, si este es uno de los países más caros de la región donde se pagan impuestos más altos, ¿dónde está la plata que se requiere para que estas instituciones hagan bien su trabajo?. Hacienda me dirá entonces que la recaudación no está siendo suficiente a pesar de sus esfuerzos y esto me lleva a otro plano: En este mismo pueblito que depende casi totalmente del turismo, los hoteles, restaurantes y comercios en su mayoría no dan factura, no declaran, no pagan impuestos y esto no quiere decir que no los cobren porque los precios son considerablemente altos. ¿Y el inspector de Hacienda? Hasta hoy no he visto un solo negocio cerrado por no pagar sus impuestos. Los empresarios y comerciantes incumplen, los inspectores incumplen, pero nada pasa.

La experiencia vivida me lanzó a indagar sobre la Ley Penal Juvenil. Asombrado quedé en el apartado de las sanciones cuando identifico que hay “advertencias” verbales (como decir regaños), pero también hay opciones de trabajo comunitario en zonas públicas y parques nacionales. Hay hasta posibilidad de resarcir haciendo trabajos a favor del ofendido en tanto haya un acuerdo entre las partes y el trabajo no menoscabe la dignidad y derechos del menor. También hay posibilidad de remitirlos a centros de recuperación o internados especializados en caso de ser necesario.

Hay opciones, hay herramientas jurídicas para aplicar penas al menos un tanto más coherentes y razonables, pero simplemente no se aplican. Los funcionarios judiciales se quedan con las “advertencias” que se ejecutan en sitio en un formato machotero (algo así como pau pau, no lo vuelva a hacer) y desestiman cualquier otra opción. ¿Por qué?... unos me dicen que porque no se quieren complicar con más trabajo, dado que estas otras sanciones requieren cierto grado de seguimiento y verificación, pero también me indican la razón de todas las razones: No hay recursos para poder hacer efectivas esas otras medidas cuyo fin es calar un mensaje sancionador pero positivo en el menor que transgrede la ley. Una vez más el Poder Judicial no cumple, o cumple a medias y nada pasa.

En fin, creo que Richard es lamentablemente el último eslabón de una larguísima cadena de incumplimientos e impunidades. Nuestra ira y enojo hacen que queramos descargar sobre él todo el peso de la ley y todo el peso de nuestra frustración. Falazmente creemos que “encerrándolo hasta que se pudra”, o bien otros dirán que “matándolo sin piedad” resolvemos de una  vez por todas este problema. El Salvador, Guatemala, Medellín, Bogotá, Sao Paulo, Río de Janeiro y muchas otras ciudades y países hermanos son el vivo ejemplo de que esta no es la vía, y no lo es porque muy tristemente Richard no es el problema sino una pequeña fracción de éste y es la expresión de una sociedad en completa decadencia.

Richard está “tostado”, está “maleado”, es un “delincuente hecho y derecho” que ya “no tiene arreglo”, es la “manzana podrida” que corrompe a las demás. Colocamos en Richard todas las etiquetas que falazmente nos dan la satisfacción de encontrar un único culpable. Sin embargo todo lo que depositamos en Richard es perfectamente aplicable a nuestra sociedad, a nuestro Estado y nuestro sistema político, que sin duda está “tostado”, está “maleado”, es un “delincuente hecho y derecho”.

¿Ya no tiene arreglo?... no sé. ¿Se podrá “encarcelar hasta que se pudra” o podremos “matarlo de un plomazo” sin piedad?... no sé. Por ahora voy para una reunión con los vecinos de este sector del pueblo a conversar sobre la seguridad de nuestro barrio y definir herramientas para cuidarnos unos a otros y coordinar acciones con la policía y exigir mayor calidad en su proceder. Igual propongo conversar con la Asociación para valorar la posibilidad de que los menores infractores de este pueblo cumplan su “pena” haciendo trabajo comunitario, recogiendo la espantosa basura que todos los días se acumula en el parque o fabricando basureros para reciclar o mejorando el jardín del boulevarcito de la entrada o ayudando en las múltiples tareas que siempre hay que hacer en el parque nacional vecino.

No es posible y no creo efectivo “encerrarlo hasta que se pudra” ni “matarlo de un plomazo”, entonces comencemos a trabajar y a movernos en lo que sí es posible. Creo que eso es mejor que quedarse sin hacer nada.

domingo, 16 de septiembre de 2012

Fervor patrio

“Mejor sentémonos en el parque para ver pasar el desfile de faroles” recomendó mi amigo y así lo hicimos.

En el “centro” no pasaba nada, todo seguía exactamente igual. El Cocos con su música bailable y los demás restaurantes con la suya. Los turistas, rojizos por el sol del día que recién acababa, tomaban sus bebidas de siempre. El piedrero de la esquina igual bailaba al ritmo de alguna de las tantas músicas y los vendedores de droga estaban apostados en  sus esquinas; en fin, la rutina de siempre.

Pasaban los minutos pero nada de faroles. “No escucho los tambores” sentenció mi amigo. “Eso es mañana” le dije yo, pero él insistió que en Cahuita es diferente, que los tambores encabezan el desfile siempre.

De pronto, una turba sin forma de nada que venía desde la escuela se apelotó frente a nosotros. Eran señoras, chiquitos y algunos señores que acompañaban a sus hijos con sus farolitos de todas las formas y colores. También iban en la turba los jóvenes del colegio con sus faroles en la mano, pero colgando como bolsas del supermercado sin mayor intención de ser exhibidos. “Es que en el cole los obligan a hacer el farol y venir al desfile, sino pierden los puntos” me explicó una vecina del lugar.

Se destacaba entre la muchedumbre predominantemente negra y aindiada, algunos niños rubiecitos con sus padres que tenían cara de extravío y no terminaban de comprender tremendo desorden sin pies ni cabeza.

Como viejillo que se sienta en el poyo del parque a criticarlo todo, mi amigo no paraba de reclamar: “¿Pero qué pasó con los tambores?, ¿dónde están las maestras de la escuela para que pongan orden?, ¿pero cómo que ni una bandera ni nada?. Es que antes venían los tambores de primero y la gente desfilaba, pero esto es un desorden!!”

La muchedumbre se aglutinó frente al Cocos y el piedrero bailarín quedó encerrado y desconcertado porque le tapaban la visibilidad de su público en las mesas de los bares. Los vendedores de drogas quedaron encerrados entre el gentío que a su vez se ahumaba con el olor a carne asada del chinamo de la esquina.

La multitud se apelotó por el parque y frente a las sodas y dejó de caminar a falta de calle y rumbo.

Un muchacho del colegio le prendió fuego a su farol y muchos otros le siguieron el ejemplo al punto que se alzó un llamarón gigante y tuvieron que mover los carros cercanos para evitar una desgracia.

Una señora borracha caminaba entre la multitud y se abrazaba efusivamente con algunos jóvenes que al parecer la conocían. “Ella es la mamá del mae que se ahorcó” me explicó mi amigo. La señora se detuvo frente al Cocos, se movía al ritmo de la música y terminó entrando al bar.

De pronto, un aguacero de Padre y Señor Nuestro se dejó caer sin aviso ni contemplación alguna. La muchedumbre se re apelotó bajo los techos y los aleros cercanos y la fogata de faroles se extinguió. Todos corrían para todo lado y poco a poco se fueron desapareciendo.

Así fue, como en cuestión de 20 minutos, se celebró el anuncio de la noticia de la independencia de Costa Rica, en este pueblo fundado por nómadas misquitos y  migrantes jamaiquinos que vinieron desde el mar; en este pueblo que hasta hoy no tiene claro si pertenece o no a este país y si gana algo con eso.

El aguacero se acabó, el piedrero bailarín retomó su ritmo en la esquina, los vendedores de droga se reinstalaron en las suyas, la señora de los pinchos reavivó el fuego de su chinamo, la música de los bares continuó alegrando a los rojizos turistas que siguieron consumiendo sus bebidas.

“En Cahuita todo transcurre en orden y con normalidad” reza una vez más el reporte del comando policial.