miércoles, 23 de febrero de 2011

Adiós John Mauricio

No lo conocí, pero la noticia de su muerte me pegó muy duro. Se trataba de John Mauricio Castro Hidalgo, un joven ciclista de 24 años que fue asesinado por unos asaltantes encapuchados que le propinaron un balazo en la cabeza para robarle su bicicleta. El hecho ocurrió en las montañas de Patarrá, las mismas en las que al menos dos veces yo había transitado algunos años antes con mi bicicleta.

La noticia me genera un profundo dolor y un gran sentimiento de pérdida, de impotencia, de decepción. Perdemos un hermano cletero más, que se une a la lista interminable de ciclistas asesinados por choferes borrachos, conductores irresponsables o ladrones despiadados que atacan a sangre fría.

Pero perdemos también a un joven de 24 años, trabajador y estudiante de ingeniería que apenas transitaba el inicio de su vida profesional. Peor aún, una familia perdió a su hijo y a su hermano y unos jóvenes como él perdieron para siempre a su amigo.

Perdimos todos incluso como país. Esta muerte se suma a tantas otras que nos cercenan lentamente el poquito de confianza y de ilusión que muchos nos resistimos a perder. Se nos destiñe aún más ese espejismo que conservamos de ser un país “lindo”, con montañas hermosas por las que podemos transitar libremente. Un país “de paz” y sin ejército, que cuenta ya con varias generaciones de no saber lo que es un conflicto armado, pero que empezamos a vivir con auténtico miedo de ser asesinados por el hampa, porque cada vez lo sentimos más cerca y más probable.

¡No, no y no! Me resisto a andar con miedo siempre y mucho más a dejar de andar por miedo. ¿Cómo hacerlo? No sé. “Recomendamos a los ciclistas salir en grupos grandes, mantenerse unidos y estar preparados para defenderse por su cuenta” fue lo que dijo el presidente de la Asociación Costarricense de Ciclismo, pero su recomendación no me termina de gustar.

Parece que lo que me queda es aprender a convivir con este malestar, con esta piedra en el zapato, con esta indignación no resuelta por la injusta muerte de este joven. Por el momento me queda asumir la cada vez mayor tajada de riesgo que implica andar en bici por alguna de nuestras bellas montañas, recordando el tren de recomendaciones de no prestarse a riesgo con una bicicleta llamativa y cara, no quedarse estacionado en lugares muy solos, no separarse del grupo, no aquí no allá.

Días después del asesinato de John Mauricio me topé con la noticia de que su corazón fue donado a un joven de 18 años, estudiante de secundaria, a quien le fue trasplantado de forma exitosa. “Sabemos que Mauricio no está con nosotros, pero una parte de él sigue viva y da vida a otros”, manifestó con orgullo su hermana.

¿Cómo se explica que vivimos en un país que tiene un sistema de salud pública con la capacidad de realizar transplantes de corazón, un país que para el 2011 nos ofrece una esperanza de vida que ya roza los 80 años muy por encima de otros países más ricos, pero donde salir a las calles o ir a las montañas es un riesgo porque el hampa nos puede arrebatar de un plomazo los años de “esperanza de vida” que todavía nos faltan . . . ?

Una vida apagada con violencia, irónicamente permite que otra vida se encienda y se mantenga. Mataron a John Mauricio pero su corazón sigue latiendo ahora en el pecho de Edier Jiménez. Una lucecita de consuelo en un mar de oscuridad.

El latido del corazón de John Mauricio no sólo está en el pecho de Edier sino en el de todos nosotros. Ojalá nos recuerde con insistencia y más aún, nos retumbe en la cabeza día a día, para que no nos acostumbremos a este mar de violencia, para que no nos quedemos sentados viendo cómo todo se empeora y se cae, para que hagamos todo lo que esté a nuestro alcance para que Edier y miles de jóvenes más, si así lo quisieran, puedan andar libres y tranquilos por las calles o por nuestras montañas, sin arriesgar sus tempranas existencias.