miércoles, 30 de septiembre de 2009

¿Ir o volver?


Viajé de noche, como tantas otras veces.

Crucé el túnel, ese “puente subterráneo”que une dos mundos tan distintos,

pero a diferencia de otras veces,

sentí que volvía y no que iba.


Entre la lluvia y la neblina, en paciente fila india

junto a trailers, carros y camiones,

bajé y crucé esa gran selva siempre sorprendente.


Por fin llegué a la llanura y el calor comenzó a inundarlo todo.

Después, las grandes torres de contenedores apilados

me avisaron que se acercaban los muelles,

esos monstruos noctámbulos y luminosos,

que no dejan de trabajar.


Pero seguí mi ruta.

Tomé el atajo de siempre, y luego de una curva

apareció frente a mí el infinito mar Caribe.


Y sonreí, y respiré profundo,

y sentí que llegaba, que retornaba.


Y continué mi viaje mirando de reojo las espumosas olas blancas

iluminadas por una luna casi llena,

y luego de uno de los tantos puentes

reapareció la selva con todos los sonidos de la noche,

y entre las copas de los árboles

se asomaban las estrellas.


Luego de otro puente

comenzó un olor profundo,

un olor dulce y frutal que me anunció que estaba cerca.

Y por fin llegué,

y cuando me extendí sobre una hamaca

desde donde la luna me miraba,

me sentí cerca, me sentí yo mismo,

me sentí más de aquí y menos de allá,

y lo mejor de todo: me sentí en casa.